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No más confidencialidad

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Ya sabemos que tendremos vacunas, pero eso no significa que en el 2022 estaremos vacunados.

A la hora de escribir esta columna (mediodía del viernes), me entero de que a las 6 p. m. se acabará la “confidencialidad” que viene rodeando las negociaciones de la vacuna antipandemia. Cuando estén leyendo esta columna el domingo, tendremos por fin más claro el panorama.

Por ejemplo, el Presidente nos resolverá una parte de las dudas: con qué farmacéuticas hemos negociado, cuántas vacunas, cuándo estarán llegando a Colombia, y cuáles requerirán revacunación. No es que el menú sea muy amplio, pero algo es algo. Tendremos confirmados los 15 millones que obtuvimos vía el mecanismo Covax y habremos concretado negocio con otras dos farmacéuticas, que supongo serán Pfizer y AstraZeneca.

Pero no soy la única a quien esta larga etapa de “confidencialidad” en las negociaciones del Gobierno llenó de inquietudes sobre si finalmente podremos vacunarnos en el 2023. La confidencialidad es más apropiada para manejar acuerdos armamentistas que problemas de salud pública en los que se está a la expectativa de si uno se va a morir, o no tan rápido.

Ejercer la antropofagia contra este gobierno es fácil. Le ha tocado gobernar en las peores condiciones posibles de muchos países del planeta. La pandemia es mundial. Pero no en todas partes ocurren al mismo tiempo huracanes, se derrumban las vías, millones de hectáreas sembradas de coca complican el manejo del orden público, azota el fenómeno de la Niña. Y el Gobierno debe levantarse la plata para que los más vulnerables no se hundan en el hueco del hambre y la extrema pobreza.

Personalmente pienso que el destino le puso al presidente Duque el manejo de la pandemia como la marca de su gobierno. Aunque no dudo de que este se pellizcó temprano, al Presidente pudo haberle faltado una medida audaz para hacerse con unas cuantas dosis de la primera vacuna en el mercado, que permitieran ver en Colombia, como hemos visto en las últimas horas que está sucediendo en Inglaterra, EE. UU. y Alemania, para aplicarlas entre el personal médico. Una medida que dejara en claro su determinación y liderazgo. En cualquier caso, todo lo que salga mal o peor de esta pandemia se lo adjudicarán a Duque, y lo que salga bien o mejor difícilmente se lo reconocerán. Y, claro. Lo de la “confidencialidad” tenía a muchos convencidos, y con razón, de que nos habíamos quedado dormidos en la compra de la vacuna; que, de todas maneras, con la farmacéutica que sea, es una aventura, porque están todas en etapa experimental tres, por lo que las vacunas, como lo indica su etapa, siguen siendo un experimento. De ninguna de ellas sabemos todavía si nos va a proteger definitivamente de la pandemia o simplemente a minimizar sus síntomas, ni cuánto durará su eventual inmunidad.

Ya sabemos que tendremos vacunas, pero eso no significa que en el 2022 estaremos vacunados. Serán en principio pocas para el alto número de la población colombiana, y tendremos que ir al ritmo en que las farmacéuticas abran más fábricas para producción a escala. Pero también están sus condiciones de almacenamiento, tan complejas como los retos de su distribución.

Ese desafío no lo tiene nada fácil el Gobierno, pero en muchos aspectos no depende de Duque. Los linajes del covid son diferentes según el país e incluso pueden tener varios subtipos. Esto podría afectar el resultado de las vacunas. ¿Tendremos personal suficiente para vacunar a millones de personas, en algunos casos dos veces? ¿Cómo garantizar la cadena de frío que, según la vacuna, varía entre -70 y -20 grados, y que deberán ser transportadas en sofisticados ultracongeladores por nuestras carreteras que se vuelven polvo en cualquier invierno? Me dicen que en México ya se dañaron unas porque se rompió la cadena de frío. ¿Habrá luz para enfriarlas en Bojayá, Timbiquí, San José del Guaviare, San Calixto?

Y falta el problema de ‘los de arriba y los de abajo’ Es decir, Entre ricos y pobres. Porque los países ricos se quedarán con las primeras dosis masivas de sus farmacéuticas y los demás tendremos que contentarnos con lo que les va sobrando.

En cualquier caso, sirva la oportunidad para declarar como mis personajes del año a todos los miembros de nuestro equipo médico. Que, sin mayor publicidad ni protagonismo, y sí con mucha valentía, sometidos a jornadas extenuantes de las que salen con las máscaras tatuadas en sus rostros, arriesgándose en muchos casos por la irresponsabilidad de los demás, están salvando vidas. No solo los médicos de la primera línea. Sino terapistas respiratorias, enfermeras jefes y auxiliares, camilleros, aseadoras y otros tantos. Héroes en silencio. Mis héroes 2020.

Entre tanto… ¿Qué intereses ocultos tiene la Comisión 7.ª de Cámara que la han llevado a maltratar al superintendente de Salud, Fabio Aristizábal, por sus cuestionamientos a Medimás?

MARÍA ISABEL RUEDA